Ayer nos despertamos con la trágica noticia de la muerte del alpinista Tolo Calafat en el descenso del Annapurna, una muerte más en la montaña que consigue encogernos el estómago y que las lágrimas acudan solas a nuestros ojos (de esto podría decir mucho mi compañera Ana).
Que los montañeros están hechos de una pasta especial no hace falta decirlo. Son personas que arriesgan su vida en cada expedición con el único objetivo de alcanzar una cumbre más. El otro día leí que a partir de los 7.000 metros pierdes el control y es la montaña la que se apodera de ti. Todos estos aventureros me provocan una mezcla de admiración, incomprensión y envidia por el atrevimiento que es imposible de definir.
Sin embargo, en este lado del planeta olvidamos que estas hazañas no las consiguen solos y que siempre van acompañads de unos seres anónimos llamados ‘sherpas’. Es muy fácil encontrar en Google con un sólo ‘click’ el nombre del primer alpinista en alcanzar la cumbre del Himalaya, el primero en hacer los 14 ‘ochomiles’ o la batalla de las mujeres por conseguirlo, pero ya no es tan fácil si lo que nos proponemos es saber el nombre de uno sólo de estos fieles acompañantes.
Y tras la muerte de Calafat llegó la ira de Juanito Oiarzabal contra los ‘sherpas’ de la expedición de la coreana Ms. Oh por no aceptar seis mil euros para ir a buscar al mallorquín. ¿Se nos olvida que ellos también acaban de ascender a una de las cumbres más peligrosas del planeta?, ¿acaso la vida de un occidental vale más que la suya?
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